Los brazaletes del inframundo: memoria antigua en la cueva de Tlayócoc
La cueva como matriz del mundo


Simbología, ritual y comunidad
El hallazgo —ahora registrado por el INAH— incluye 14 objetos arqueológicos: tres brazaletes completos, una pulsera fragmentada, una concha gigante del tipo Strombus sp., ocho discos de piedra (dos completos y seis incompletos), y un pequeño trozo de madera carbonizada.
Los brazaletes fueron fabricados a partir de Triplofusus giganteus, una especie marina, y grabados con símbolos como el xonecuilli (motivo en forma de S), zigzags, círculos y perfiles humanos. Estas imágenes podrían estar vinculadas a la fertilidad, la creación y el inframundo, sugiere el arqueólogo Cuauhtémoc Reyes.
Miguel Pérez, también arqueólogo del Centro INAH Guerrero, destaca el potencial interpretativo del conjunto: comercio, manufactura y simbolismo de los pueblos prehispánicos tlacotepehuas, habitantes de la región entre 950 y 1521 d.C., según fuentes del siglo XVI.
Pero el hallazgo no solo resuena en el pasado. Fue protegido desde el primer momento por los ejidatarios y el comité de vigilancia de Carrizal de Bravo, quienes evitaron su saqueo y convocaron al INAH.

"Encontrar un contexto cerrado en una cueva es como abrir una carta escrita en otro idioma, desde otro mundo, pero destinada a nosotros." — Cuauhtémoc Reyes, arqueólogo del INAH

Carrizal de Bravo, a 2,397 metros sobre el nivel del mar, está rodeado de bosques de pino y encino. Sus habitantes, de origen nahua, recuerdan a sus abuelos como pastores que migraron del frío al calor de un asentamiento más bajo.
Hoy, esta comunidad —de la que poco se había escrito— entra al mapa de la arqueología mexicana como portadora de un patrimonio que no es sólo material, sino simbólico y espiritual. La cueva de Tlayócoc, cuya cartografía y fotografías fueron generosamente compartidas por Pavlova, se convierte así en un espacio clave para repensar los vínculos entre territorio, ritual y memoria.